miércoles, 6 de febrero de 2008

La Historia

por su parte el saber congelado sostiene
que los pueblos felices nunca tienen historia
y como en realidad todos la tienen
vaya sacando usted la conclusiones
Mario Benedetti


Te lo advertí, Hermano Kolla.
¿Recuerdas que te hablé de Condorkanqui, de Catári y Pilltipico?. Ellos tambien como tu, se echaron el sol al hombro y caminaron sendas del Ande hasta las pampas abiertas, con esa ilusión que la vida prende en los seres humildes, que creen que aquellos que viven bien, piensan y sienten bien.
Te vi pasar por los caminos del Tucumán. Saludé tu esfuerzo con mi mejor alarido. Nuestros ponchos conversaron sobre cosas comunes. El mío rojo y azul, dijo las cosas del sueño alto y de la copla libre. El tuyo castaño y pardo como tu vida y como tu tierra, dijo las cosas que el rigor aconseja al corazón que sabe esperar siglos la aurora que libera de las sombras.
Cuando llegaste a la gran ciudad, también yo te espere en Buenos Aires.
Yo no fui con un verso y un discurso, ni monte ajeno potro para lucir el barato gauchismo del hombre que se enhorqueta en Ciudadela para apearse en Plaza de Mayo.
Yo soy del camino largo. Soy jinete de bruto zaino que sabe andar cuarenta días para ver un alba o un ocaso andino.
Te vi entrar por la calle ancha, Hermano Kolla, cansado y aturdido de aplausos y homenajes. Niños como palomas custodiaron la acera de tu mañana sin niebla.
Obreros y ciudadanos agitaron sus manos para llamarte amigo. Mujeres de la feria mañanera se quedaban prendadas de los tientos heroicos de tu apero. Los entendidos discurrían sobre bozales, sobre guardamontes, sobre pellones y caronas diversas. Entre autos y tranvías detenidos en fila interminable, pasaron tus borricos, tus mulas. Pasaron los hombres del caminar eterno. Palmeando el anca de las bestias, saludando a las cholas, trepando en los carros, yo te saludé con una alegría de chango travieso. Mire tu sombrero apretado “a lo chaqueño”, con el ala hacia arriba, luciendo un retrato que nada tenía que ver con tu paisaje ni con tu misión. Tú no venías a pedirle nada a un hombre. Tú venias a pedirle a la Nación
A exigirle, ante los ojos de todo el pueblo, la tierra que tus manos reclamaban, la siembra de todo lo que lleva la vida hacia delante. Tu anhelo no nació en Bertoasco, como tampoco moriría bajo el antojo de Von Kemmer. Tu anhelo tiene más años que el algarrobo, y es más grande que tu pena y que tu espera, Hermano Kolla.
Cuando coparon tu esfuerzo y otros hicieron de tu heroico raid “su triunfo”, yo te lo advertí, paisano de mi tierra. Supe junto con tu llegada, el carácter de todo eso. Tú, hombre del Ande y de la Puna; tú, muchacho de los potrero de Orán y de los lotes cañeros de Ledesma; tú, vagabundo pastor de Cochinoca y Casabindo, fuiste sin quererlo, el partiquino inconsciente de una comedia nativista.
Aquí te abrazaron señores y lacayos vestidos de señores. Aquí te mostraron la zamba del pago luminoso, la vidala otoñal, la copla eterna, y se lucieron llamándote su hermano todos los aficionados al turismo tradicionalista del arte y de la vida. Todas las voces del arte barato, del provincianismo comercializado, te llamaron a sus centros.
¡Hasta jugaste fútbol! Te vi en los noticiarios de cine. Miraba tu figura, y casi no te reconocía.
Solo al caminar descubrías el paso que la tierra imprime al hombre. Estabas contento, pero esa alegría no era la de allá. No era la campechanía del saludo y la sonrisa bajo la sombra de la carpa grande del Carnaval quebradero. No eran los ojos chicos, de mirada firme, en la que siempre brilla el alma libre y la esperanza grande. Tu poncho añoraba vientos, y era blando tu gesto, tan lejos de las piedras.
Hasta que al fin supiste cómo duele el engaño.
Tú, indio del Ande, mestizo de la Puna, huésped de Buenos Aires fuiste echado a patadas. Roto quedó tu erkencho, destrozado tu bombo. Con las hilachas de tu pobre poncho enjugaste tu llanto, que es el mío, y el de todos los que arrimamos nuestro corazón para mantener la justicia de tu voz!
Ahora marchas caminos de regreso, que son para tu pueblo caminos de derrota. Allá conversarás, superada tu angustia, con tono más altivo. ¡Supay huaranka huachaseka! Y pensarás en todos los abrazos de la ruta. La montaña te mostrará la flor primera de estos tiempos de soles buenos, y el viento te hablará con la voz de los abuelos. La sombra de los algarrobos cantará para ti la ronda lunada de los coyuyos que anuncian el verano. Allá en las lomas la senda enviará en los remolinos sus mensajes al lucero cumbreño. Y tu flauta sonará como siempre, como toda la vida el yaraví de la sombra que comienza en la tierra y se extiende sobre el corazón de los hombres que viven lejos, pobres y silenciosos.
Aquí, ningún centro tradicionalista levantó su protesta. Ningún gaucho de los que se lucieron a tu lado, desde Ciudadela a Plaza de Mayo montó su potro ajeno para decirte:
“¡Venga a mi casa amigo!” Dentro de poco, serás el tema pálido de algo de lo mucho que ocurre en el tiempo.
¡Pero yo no duermo, Hermano Kolla! Mi alma es un mangrullo sobre el que pasa eternamente vigilando, el anhelo más grande de mi vida.
Aunque todas las voces callen, ahogadas, compradas, envilecidas o aburridas, mi voz, la de mi oscuro canto, la de mi copla libre, de esta guitarra mía que sabe de caminos y de angustias, será siempre tu voz, la de tu cerro, la de la Puna abierta y desolada, la de la selva brava. Sobre mi tierra alta viven hombres sin campos, de mirada firme, pero de tristes cantos, de paisajes hermosos, pero de hambres infinitas, a los que la vida arrincona para que sus sueños se deshilachen a la par de los ponchos.
¡Para comprar tu alegría con moneda justa, para que brote la dicha sobre la tierra parda, para borrar las lágrimas del llanto, esta mi corazón, Hermano Kolla…!

Atahualpa Yupanqui 1946 Publicado en Tierra que Anda Editorial Anteo. Buenos Aires, 1948.